domingo, 25 de noviembre de 2012

El capital perdido



Fútbol base.


Cada día es más difícil soportar un partido entero de nuestro fútbol. La mirada numérica vació al juego de fundamentos. 

Cuál es el punto de contacto que hoy tenemos con el fútbol? ¿Qué nos moviliza a mantener nuestra pasión? ¿Cómo hacemos para conservar el placer sin someternos a la mera información del resultado? ¿Cuándo se transformó todo en un aburrido negocio? ¿Les servirá este escenario a aquéllos que comercializan el “espectáculo”? ¿Por qué renunciamos a las propiedades del juego? ¿Qué nos pasó? ¿En qué momento perdimos el vínculo afectivo y sentimental con la pelota? ¿Somos culpables de haber perdido la pasión? ¿Por qué ha cambiado nuestra percepción? ¿Hay que aceptar semejante frustración?


La única respuesta a tantas preguntas indica que el fútbol se vació. Bah, lo vaciaron. Lo contaminaron. Lo cambiaron a tal punto que hoy se impone una mirada puramente matemática, una lectura que niega los fundamentos básicos del juego. Hablar de pared y de gambeta, entre otros ejes, parece anacrónico en nuestro campeonato.
Hay causas múltiples. Hasta los mismos jugadores sintieron el impacto y se han vuelto funcionarios. Cumplen con su tarea, como si tuvieran que fichar. No se disgustan cuando dejan de hacer un gran partido. Se consuelan con el resultado. Se conforman con cumplir la función que les pidió el entrenador. Sus ambiciones en muchos casos pasan por ser transferidos al exterior. Recuerdo cuando los futbolistas querían romperla, querían jugar bien. Hoy simplemente quieren ganar, quieren cumplir...
Los entrenadores se fijan en la cantidad de puntos que faltan para salir de la zona del descenso y en los partidos que les quedan para aspirar a algún logro legitimador. Jamás se detienen en el cómo. Las autocríticas no existen, son un síntoma de debilidad. A la hora de declarar, tienen memoria para alguna situación de gol pero se olvidan de describir el funcionamiento del equipo. El resultado desautoriza al perdedor... El puesto está en peligro, la posición es débil, pocos saben dónde van a terminar. No hay rumbo, en el mejor de los casos, los protagonistas intentan permanecer.
Pero lo más preocupante es que el análisis se perdió. Los conceptos quedaron en el camino. Una idea de grandeza enseguida se derrumba en un contexto sumamente agresivo. Si el audaz no consigue el objetivo, enseguida se lo tacha por ingenuo. Si sale, es trabajo. Si no sale, es falta de trabajo. Así de elemental. El esfuerzo y la actitud están bien vistos en detrimento del placer.
En nuestra óptica, el juego dejó de ser juego. Entiendo que estamos hablando de una competencia. Es una obviedad que un equipo gana y que otro pierde. Pero las explicaciones no pueden ser sólo numéricas.
Tampoco es una obviedad que cada vez resulte más difícil ver un partido entero. Hubo un tiempo en el que la gente se imaginaba lo que podía ocurrir en una cancha. Hoy vamos como entregados a contar que un equipo hizo un gol más que su rival. Enfrentamos los 90 minutos sabiendo que nuestro cuadro no encantará ni cumplirá con el pacto del juego.
El capital cultural de nuestro fútbol se fugó. No fue sólo responsabilidad de los dirigentes, jugadores, técnicos e hinchas. Los medios contribuyeron enormemente al desarrollo de esta mirada corta.
La luz roja está encendida. Hoy la única pasión es la hinchada que se mira a sí misma. Es demoledor. Debemos reconstruir el patrimonio futbolístico. De lo contrario, será difícil salir del letargo. Esto resultará cada día más insoportable y hasta le dejará de servir al negocio. El aburrimiento no es rentable. Sin un cambio, el fútbol no significará nada. ¿Dónde está la esperanza que no la puedo encontrar? Siento una gran tristeza. Ojalá sea sólo una sensación transitoria.

Fuente: ole.com

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